28 febrero, 2011

Con mucha corrección

Rápido y sin derecho a réplica, pero eso sí: le trataron con extremada cortesía, con maneras exquisitas e irreprochable educación. Como si con ello el verse despedido del trabajo se convirtiera en un elegante favor.

Pues ante todo, entre directivos especializados en la gestión de recursos humanos, existe una aversión a perder las maneras: que un trabajador sea engañado y explotado por la empresa donde intenta ganarse la vida es hasta cierto punto normal: ello es señal de que sus superiores son profesionales sobadamentosamente preparados para superar trasnochados valores buenistas que pudieran entorpecer el favorable crecimiento de los beneficios empresariales. Se demuestra así también que son gente capaz de bregar con el actual e inmisericorde mundo económico y laboral en el que, entre tales directivos encargados de manejar el ganado humano y en círculos íntimos, la en cualquier otro ámbito inaceptable palabra “cabrón”, es considerada un formidable halago.

Sin embargo, es cosa inadmisible que un empleado se ponga hecho un energúmeno cuando las cartas quedan boca arriba y se ve de patitas en la calle por razones que suenan a extraña excusa. Así que lo necesario es hacer que el tal empleado se sienta mal ante sus impulsos naturales de rebelión cuando se le trata injustamente. Alterarse y mostrar lo que uno siente es cosa desfasada y que denota bajo nivel, cosa de obrero de extrarradio, por lo demás especie ya extinguida. Una desdichada actitud que no conduce sino a conseguir malas referencias.

De todo ello la necesidad de ser tremendamente correcto es prioritaria para descolocar a quién es objeto del despido (haciéndole sentir inferior y culpable, cuando él es la víctima, dando por sentado que, al deshacerse de él tan educadamente no existe provocación). Así se consigue evitar que se monten escándalos que dañarían la buena imagen de la empresa en cuanto a su trato humano. Si corriera la voz de que la empresa no es considerada en la manera con la que echa a un trabajador, ello podría perjudicar el éxito de su demanda a los empleados para que se impliquen al máximo en los objetivos de la misma (compartidos o no). Por lo general, esta implicación suele ser presentada bajo ciertos genéricos abstractos: “participación”, “cooperación”, “corresponsabilidad”, “trans-versalidad” y otras muchas palabras de buen y moderno talante empresarial aportadas por los inteligentes jefes de Marketing y Recursos Humanos. En esta maraña de conceptos maravillosos y estimulantes, el quejarse, simple y llanamente equivale a defección, a conflicto, a intransigencia y cortedad de miras, a motín caduco en un mundo donde los jefes son gente amigable, accesible y, sobre todo, triunfadora y educada. En otros tiempos se diría de ellos que son modelo y ejemplo a seguir, aunque hoy día esta descripción quedaría algo ridícula y hasta hortera: no impresionaría. Decididamente, las palabras profesional y triunfador causan un mucho mejor efecto en el común de los asalariados.

Así, pues, Manolito salió de su ahora ex-empresa con la carta de despido en el bolsillo y faltándole cinco años de vida dedicada a trabajar unos días con esfuerzo y dedicación y otros con esfuerzo y resignación, entre tareas y obligaciones y entre compañeros y otros que no lo eran tanto. Todo ese tiempo de su vida volatilizado en menos de diez minutos con una simple notificación por escrito entregada por el condescendiente e impertérrito Assistant Manager de Recursos Humanos. No hace falta un gran acontecimiento para que la vida se tuerza, un simple papel y ningún diálogo son suficientes para ello.

Los extremadamente corteses se olvidaron rápidamente del tema, un asunto “desagradable”, tal y como se lo presentaron a Manolito. Desagradable quizás para ellos, para el despedido el calificativo sería otro, pero hay que recordar que la anterior premisa sobre las buenas maneras tiene largo efecto. De todas formas, no pasaron por alto el encargar a un empleado de su especialísima confianza que encauzara cualquier rumor que pudiese circular entre los trabajadores sobre el finiquitado Manolito, dando a entender que a muy poco lleva no participar de las maneras y exigencias de quienes mandan.

Ahora, aprovechando la oportunidad pintada por unos tiempos de crisis y temor, y siguiendo el rotundo ejemplo de una gran empresa de automoción, el Director General y sus directivos adjuntos plantearían a los trabajadores, y en estos términos, lo siguiente: A pesar de que la crisis les estaba obligando a reducir la plantilla a diario, engrosando con ello la terrible tasa de paro, estaba en su ánimo no cerrar la empresa y dejarles sin forma de ganarse el sustento, así que, en un esfuerzo supremo, proponían un convenio en el que esperaban encontrar por parte de los empleados una mayor y más desinteresada aportación productiva a cambio de una regulación remunerativa inversamente proporcional por parte de la empresa. El premio: conservar unos puestos de trabajo que, dado el caso de falta de implicación de los trabajadores, podrían ocuparlo perfectamente y con enorme agradecimiento otras gentes de este abierto, multicultural y global mercado que es el mundo.

21 febrero, 2011

Pólvora y palomitas

Llega la crónica de un hecho sucedido en Riga, Letonia: al parecer un hombre ha disparado a otro en un cine a causa de que el último había estado comiendo palomitas de manera inaceptablemente ruidosa a lo largo de una sesión. El tiroteado ha muerto y al tiroteador le han quitado la pistola.

Hay quien, disponiendo de un arma, sale con ella de casa bajo el sobaco aunque sólo sea para ir al cine. Fea actitud que revela un exagerado sentido de la desconfianza, como si en cualquier momento pudiera acontecer la necesidad de asesinar a alguien, incluso a un desconocido. Tan escasamente refinados impulsos no son propios de personas de adecuada condición.

Por su parte, la víctima ha perdido la vida a causa del desconocimiento u omisión de una elemental norma de convivencia urbana, a saber: la buena educación.

Parece innecesario advertir que en un cine, por lógica, respeto y maneras, es natural mantener en la película la propia atención y evitar comportamientos que distragan la de los demás. La magia de las películas consiste en precisamente poder imbuirse de la historia proyectada en la pantalla, que nos permite hora y media de recomendable evasión; este ejercicio resulta imposible si a nuestro lado hay personas que degluten el rancho; para tal menester existen cantinas, tabernas e incluso restaurantes. Esto debería parecer claro a todas luces.

A pesar de ello, las empresas de exibición de películas insisten en ofrecer a su público antes de entrar en la sala todo un catálogo de bebidas y comestibles.

El guión del film de Hawks Luna nueva nos facilita cierta perspectiva para contemplar este trágico episodio: "Producción para uso". Si alguien entra alimentos en el cine, es para comérselos, de igual forma, quién entra en posesión de un arma, la lleva para usarla. Sólo es necesaria la coyuntura precisa para que ambas circustancias se fundan en una.